Mateo 27

La Biblia Textual

de Sociedad Bíblica Iberoamericana
1 Y llegada la madrugada, todos los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo tomaron consejo contra Jesús para matarlo.2 Y habiéndolo atado, lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el procurador.3 Entonces Judas, el que lo había entregado, viendo que había sido condenado, sintió remordimiento y devolvió las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y ancianos,4 diciendo: Pequé entregando sangre inocente. Pero ellos dijeron: ¿Y a nosotros qué? ¡Allá tú!5 Y arrojando las piezas de plata en el santuario, se retiró y se marchó de allí, y se ahorcó.6 Y los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el tesoro, por cuanto es precio de sangre.7 Y una vez tomado consejo, compraron con ellas el campo del alfarero como cementerio para los forasteros.8 Por lo cual, aquel campo fue llamado Campo de Sangre hasta hoy.9 Entonces se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dice: Y tomaron las treinta piezas de plata, Precio de Aquél cuyo valor fue estipulado, A Quien tasaron de parte de los hijos de Israel,10 Y las dieron para el campo del alfarero, Como me ordenó el Señor.11 Jesús fue llevado delante del procurador, y el procurador le preguntó, diciendo: ¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús dijo: Tú lo dices.12 Y al ser acusado por los principales sacerdotes y los ancianos, nada respondió.13 Pilato entonces le dice: ¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti?14 Pero no le respondió ni una palabra, hasta el punto que el procurador se asombró en gran manera.15 Ahora bien, en cada fiesta, el procurador acostumbraba soltar un preso a la multitud; el que querían.16 Y tenían entonces un preso famoso llamado Barrabás.17 Estando ellos pues reunidos, les dijo Pilato: ¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, el que llaman Mesías?18 (Porque sabía que por envidia lo habían entregado.)19 Y estando sentado él en el tribunal, le mandó a decir su mujer: No tengas nada que ver con ese justo, porque hoy sufrí mucho en sueños a causa de él.20 Pero los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a las multitudes para que pidieran a Barrabás y mataran a Jesús.21 Y respondiendo el procurador, les dijo: ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Ellos dijeron: ¡A Barrabás!22 Pilato les dice: ¿Qué pues haré a Jesús, el llamado Mesías? Dicen todos: ¡Sea crucificado!23 Él dijo: Pues, ¿qué mal hizo? Pero ellos gritaban más fuertemente, diciendo: ¡Sea crucificado!24 Viendo Pilato que nada se lograba, sino que más bien se estaba formando un alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del gentío, diciendo: ¡Inocente soy de la sangre de éste! ¡Allá vosotros!25 Y todo el pueblo respondió y dijo: ¡Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros descendientes!26 Entonces les soltó a Barrabás; y habiendo azotado a Jesús, lo entregó para que fuera crucificado.27 Los soldados del procurador, llevando entonces a Jesús dentro del pretorio, reunieron a toda la compañía alrededor de Él,28 y lo desnudaron y lo cubrieron con un manto de púrpura.29 Y trenzaron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza, y pusieron una caña en su diestra; y arrodillándose ante Él, se burlaron, diciendo: ¡Salve, rey de los judíos!30 Y escupiendo en Él, tomaron la caña y lo golpeaban en la cabeza.31 Después de burlarse de Él, le quitaron el manto, le pusieron su ropa, y lo llevaron para crucificarlo.32 Y al salir, hallaron a un hombre cireneo llamado Simón. A éste obligaron para que llevara su cruz.33 Y llegando a un lugar llamado Gólgota (esto es: lugar de la calavera),34 le dieron a beber vino mezclado con hiel, pero después de probarlo, no lo quiso beber.35 Y lo crucificaron, y se repartieron sus ropas echando suertes,36 y allí sentados, lo vigilaban.37 Por encima de su cabeza pusieron escrita la acusación contra Él: Éste es Jesús, el Rey de los judíos.38 Y con Él fueron crucificados dos ladrones: uno a la derecha y otro a la izquierda.39 Y los que pasaban lo insultaban meneando la cabeza40 y diciendo: ¡El que derriba el santuario y en tres días lo edifica! ¡Si eres Hijo de Dios, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!41 De igual manera, los principales sacerdotes, burlándose junto con los escribas y los ancianos, decían:42 A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar. ¡Rey de Israel es! ¡Baje ahora de la cruz, y creeremos en él!43 Ha confiado en Dios, líbrelo ahora si lo quiere, porque dijo: Soy Hijo de Dios.44 Y del mismo modo lo insultaban también los ladrones que habían sido crucificados con Él.45 Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora novena,46 y alrededor de la hora novena, Jesús exclamó con gran voz, diciendo: Eli, Eli ¿lema sabajtani? (Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me desamparaste?)47 Y algunos de los que estaban allí, al oírlo, decían: A Elías llama éste.48 Al instante, uno de ellos corrió y tomó una esponja, y empapándola en vinagre, la puso en una caña y le dio de beber.49 Pero los demás decían: Deja, veamos si Elías viene a salvarlo.50 Entonces Jesús, clamando otra vez a gran voz, entregó el espíritu.51 Y he aquí el velo del santuario fue rasgado en dos, de arriba abajo, y la tierra fue sacudida, y las rocas fueron partidas,52 y los sepulcros fueron abiertos, y muchos cuerpos de los santos que habían dormido fueron resucitados,53 y saliendo de los sepulcros después de la resurrección de Él, entraron en la santa ciudad y se aparecieron a muchos.54 Y el centurión y los que estaban con él custodiando a Jesús, viendo el terremoto y lo que estaba sucediendo, se atemorizaron en gran manera, diciendo: ¡Verdaderamente éste era Hijo de Dios!55 Mirando desde lejos, estaban allí muchas mujeres, las cuales habían seguido a Jesús sirviéndole desde Galilea,56 entre las que estaba Miriam de Magdala, Miriam, la madre de Jacobo y José, y la madre de los hijos de Zebedeo.57 Llegado el atardecer, vino un hombre rico de Arimatea, de nombre José, el cual también se había hecho discípulo de Jesús.58 Éste se acercó a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó que le fuera dado.59 Y José, tomando el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia60 y lo puso en su sepulcro nuevo que había excavado en la roca; y después de hacer rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, se retiró.61 Y Miriam de Magdala y la otra Miriam, estaban allí sentadas frente al sepulcro.62 Y al día siguiente, que es después de la Preparación, los principales sacerdotes y los fariseos se reunieron ante Pilato,63 diciendo: Señor, recordamos que aquel impostor, estando aún vivo, dijo: Después de tres días, soy resucitado.64 Manda pues que sea asegurado el sepulcro hasta el tercer día, no sea que lleguen sus discípulos y lo hurten, y digan al pueblo: Fue resucitado de los muertos. Y sea el postrer error peor que el primero.65 Pilato les dijo: Tenéis una guardia. Id, aseguradlo como sabéis.66 Y ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra en compañía de la guardia.

Mateo 27

Nueva Biblia Viva

de Biblica
1 Al amanecer, los principales sacerdotes y funcionarios judíos se reunieron a deliberar sobre la mejor manera de lograr que el gobierno romano condenara a muerte a Jesús.2 Por fin lo enviaron atado a Pilato, el gobernador romano.3 Cuando Judas, el traidor, se dio cuenta de que iban a condenar a muerte a Jesús, arrepentido y adolorido corrió a donde estaban los principales sacerdotes y funcionarios judíos a devolverles las treinta piezas de plata que le habían pagado.4 ―He pecado entregando a un inocente —declaró. ―Y a nosotros ¿qué nos importa? —le respondieron.5 Entonces arrojó en el templo las piezas de plata y corrió a ahorcarse.6 Los principales sacerdotes recogieron el dinero. ―No podemos reintegrarlo al dinero de las ofrendas —se dijeron—, porque nuestras leyes prohíben aceptar dinero contaminado con sangre.7 Por fin, decidieron comprar cierto terreno de donde los alfareros extraían barro. Aquel terreno lo convertirían en cementerio de los extranjeros que murieran en Jerusalén.8 Por eso ese cementerio se llama hoy día Campo de Sangre.9 Así se cumplió la profecía de Jeremías que dice: «Tomaron las treinta piezas de plata, precio que el pueblo de Israel ofreció por él,10 y compraron el campo del alfarero, como me ordenó el Señor».11 Jesús permanecía de pie ante Pilato. ―¿Eres el Rey de los judíos? —le preguntó el gobernador romano. ―Sí —le respondió—. Tú lo has dicho.12 Pero mientras los principales sacerdotes y los ancianos judíos exponían sus acusaciones, nada respondió.13 ―¿No oyes lo que están diciendo contra ti? —le dijo Pilato.14 Para asombro del gobernador, Jesús no le contestó.15 Precisamente durante la celebración de la Pascua, el gobernador tenía por costumbre soltar al preso que el pueblo quisiera.16 Aquel año tenían en la cárcel a un famoso delincuente llamado Barrabás.17 Cuando el gentío se congregó ante la casa de Pilato aquella mañana, le preguntó: ―¿A quién quieren ustedes que suelte?, ¿a Barrabás o a Jesús el Mesías?18 Sabía muy bien que los dirigentes judíos habían arrestado a Jesús porque estaban celosos de la popularidad que había alcanzado en el pueblo.19 Mientras Pilato presidía el tribunal, le llegó el siguiente mensaje de su esposa: «No te metas con ese hombre, porque anoche tuve una horrible pesadilla por culpa suya».20 Pero los principales sacerdotes y ancianos, que no perdían tiempo, persuadieron al gentío para que pidiera que soltaran a Barrabás y mataran a Jesús.21 Cuando el gobernador volvió a preguntar a cuál de los dos querían ellos que soltara, gritaron: ―¡A Barrabás!22 ―¿Y qué hago con Jesús el Mesías? ―¡Crucifícalo!23 ―¿Por qué? —exclamó Pilato asombrado—. ¿Qué delito ha cometido? Pero la multitud, enardecida, no cesaba de gritar: ―¡Crucifícalo!, ¡crucifícalo!24 Cuando Pilato se dio cuenta de que no estaba logrando nada y que estaba a punto de formarse un disturbio, pidió que le trajeran una palangana de agua y se lavó las manos en presencia de la multitud. Y dijo: ―Soy inocente de la sangre de este hombre. ¡Allá ustedes!25 Y la turba le respondió: ―¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!26 Pilato soltó a Barrabás. Pero a Jesús lo azotó y lo entregó a los soldados romanos para que lo crucificaran.27 Primero lo llevaron al pretorio. Allí, reunida la soldadesca,28 lo desnudaron y le pusieron un manto escarlata.29 A alguien se le ocurrió ponerle una corona de espinas y una vara en la mano derecha a manera de cetro. Burlones, se arrodillaban ante él. ―¡Viva el Rey de los judíos! —gritaban.30 A veces lo escupían o le quitaban la vara y lo golpeaban con ella en la cabeza.31 Por fin, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y se lo llevaron para crucificarlo.32 En el camino hallaron a un hombre de Cirene[1] llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz que Jesús cargaba.33 Ya en el lugar conocido como Gólgota (Loma de la Calavera),34 los soldados le dieron a beber vino con hiel.[2] Tras probarlo, se negó a beberlo.35 Una vez clavado en la cruz, los soldados echaron suertes para repartirse su ropa,36 y luego se sentaron a contemplarlo.37 En la cruz, por encima de la cabeza de Jesús, habían puesto un letrero que decía: «este es jesús, el rey de los judíos».38 Junto a él, uno a cada lado, crucificaron también a dos ladrones.39 La gente que pasaba por allí se burlaba de él y meneando la cabeza decía:40 ―¿No afirmabas tú que podías destruir el templo y reedificarlo en tres días? Pues veamos: Si de verdad eres el Hijo de Dios, ¡bájate de la cruz!41 Los principales sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos también se burlaban de él.42 ―Si a otros salvó, ¿por qué no se salva a sí mismo? ¡Conque tú eres el Rey de los judíos! ¡Bájate de la cruz y creeremos en ti!43 Si confió en Dios, ¡que lo salve Dios! ¿No decía que era el Hijo de Dios?44 Y los ladrones le decían lo mismo.45 Aquel día, desde el mediodía hasta las tres de la tarde, la tierra se sumió en oscuridad.46 Cerca de las tres, Jesús gritó: ―Elí, Elí ¿lama sabactani? (Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?)47 Algunos de los que estaban allí no le entendieron y creyeron que estaba llamando a Elías.48 Uno corrió y empapó una esponja en vinagre, la puso en una caña y se la alzó para que la bebiera.49 Pero los demás dijeron: ―Déjalo. Vamos a ver si Elías viene a salvarlo.50 Jesús habló de nuevo con voz muy fuerte, y murió.51 Al instante, el velo que ocultaba el Lugar Santísimo del templo se rompió en dos de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron,52 las tumbas se abrieron y muchos creyentes muertos resucitaron.53 Después de la resurrección de Jesús, esas personas salieron del cementerio y fueron a Jerusalén, donde se aparecieron a muchos.54 El centurión y los soldados que vigilaban a Jesús, horrorizados por el terremoto y los demás acontecimientos, exclamaron: ―¡Verdaderamente este era el Hijo de Dios!55 Varias de las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea y le servían estaban no muy lejos de la cruz.56 Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.57 Al llegar la noche, un hombre rico de Arimatea llamado José, discípulo de Jesús,58 fue a Pilato y le reclamó el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió.59 José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia60 y lo colocó en un sepulcro nuevo labrado en la peña. Hacía poco que había hecho ese sepulcro y ordenó que rodaran una piedra grande para cerrar la entrada. José se alejó,61 pero María Magdalena y la otra María se quedaron sentadas delante del sepulcro.62 Al siguiente día, al cabo del primer día de las ceremonias pascuales, los principales sacerdotes y los fariseos fueron a Pilato63 y le dijeron: ―Señor, aquel impostor dijo una vez que al tercer día resucitaría.64 Quisiéramos que ordenaras poner guardias ante la tumba hasta el tercer día, para evitar que sus discípulos vayan, se roben el cuerpo y luego se pongan a decir que resucitó. Si eso sucede estaremos peor que antes.65 ―Bueno, ahí tienen un pelotón de soldados. Vayan y asegúrense de que nada anormal suceda.66 Entonces fueron, sellaron la roca y dejaron a los soldados de guardia.

Mateo 27

Nueva Versión Internacional

de Biblica
1 Muy de mañana, todos los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo tomaron la decisión de condenar a muerte a Jesús.2 Lo ataron, se lo llevaron y se lo entregaron a Pilato, el gobernador.3 Cuando Judas, el que lo había traicionado, vio que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos.4 —He pecado —les dijo— porque he entregado sangre inocente. —¿Y eso a nosotros qué nos importa? —respondieron—. ¡Allá tú!5 Entonces Judas arrojó el dinero en el santuario y salió de allí. Luego fue y se ahorcó.6 Los jefes de los sacerdotes recogieron las monedas y dijeron: «La ley no permite echar esto al tesoro, porque es precio de sangre.»7 Así que resolvieron comprar con ese dinero un terreno conocido como Campo del Alfarero, para sepultar allí a los extranjeros.8 Por eso se le ha llamado Campo de Sangre hasta el día de hoy.9 Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: «Tomaron las treinta monedas de plata, el precio que el pueblo de Israel le había fijado,10 y con ellas compraron el campo del alfarero, como me ordenó el Señor.»[1]11 Mientras tanto, Jesús compareció ante el gobernador, y éste le preguntó: —¿Eres tú el rey de los judíos? —Tú lo dices —respondió Jesús.12 Al ser acusado por los jefes de los sacerdotes y por los ancianos, Jesús no contestó nada.13 —¿No oyes lo que declaran contra ti? —le dijo Pilato.14 Pero Jesús no respondió ni a una sola acusación, por lo que el gobernador se llenó de asombro.15 Ahora bien, durante la fiesta el gobernador acostumbraba soltar un preso que la gente escogiera.16 Tenían un preso famoso llamado Barrabás.17-18 Así que cuando se reunió la multitud, Pilato, que sabía que le habían entregado a Jesús por envidia, les preguntó: —¿A quién quieren que les suelte: a Barrabás o a Jesús, al que llaman Cristo?19 Mientras Pilato estaba sentado en el tribunal, su esposa le envió el siguiente recado: «No te metas con ese justo, pues por causa de él, hoy he sufrido mucho en un sueño.»20 Pero los jefes de los sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud a que le pidiera a Pilato soltar a Barrabás y ejecutar a Jesús.21 —¿A cuál de los dos quieren que les suelte? —preguntó el gobernador. —A Barrabás.22 —¿Y qué voy a hacer con Jesús, al que llaman Cristo? —¡Crucifícalo! —respondieron todos.23 —¿Por qué? ¿Qué crimen ha cometido? Pero ellos gritaban aún más fuerte: —¡Crucifícalo!24 Cuando Pilato vio que no conseguía nada, sino que más bien se estaba formando un tumulto, pidió agua y se lavó las manos delante de la gente. —Soy inocente de la sangre de este hombre —dijo—. ¡Allá ustedes!25 —¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos! —contestó todo el pueblo.26 Entonces les soltó a Barrabás; pero a Jesús lo mandó azotar, y lo entregó para que lo crucificaran.27 Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al palacio[2]y reunieron a toda la tropa alrededor de él.28 Le quitaron la ropa y le pusieron un manto de color escarlata.29 Luego trenzaron una corona de espinas y se la colocaron en la cabeza, y en la mano derecha le pusieron una caña. Arrodillándose delante de él, se burlaban diciendo: —¡Salve, rey de los judíos!30 Y le escupían, y con la caña le golpeaban la cabeza.31 Después de burlarse de él, le quitaron el manto, le pusieron su propia ropa y se lo llevaron para crucificarlo.32 Al salir encontraron a un hombre de Cirene que se llamaba Simón, y lo obligaron a llevar la cruz.33 Llegaron a un lugar llamado Gólgota (que significa «Lugar de la Calavera»).34 Allí le dieron a Jesús vino mezclado con hiel; pero después de probarlo, se negó a beberlo.35 Lo crucificaron y repartieron su ropa echando suertes.[3]36 Y se sentaron a vigilarlo.37 Encima de su cabeza pusieron por escrito la causa de su condena: «Éste es Jesús, el Rey de los judíos.»38 Con él crucificaron a dos bandidos,[4] uno a su derecha y otro a su izquierda.39 Los que pasaban meneaban la cabeza y blasfemaban contra él:40 —Tú, que destruyes el templo y en tres días lo reconstruyes, ¡sálvate a ti mismo! ¡Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz!41 De la misma manera se burlaban de él los jefes de los sacerdotes, junto con los maestros de la ley y los ancianos.42 —Salvó a otros —decían—, ¡pero no puede salvarse a sí mismo! ¡Y es el Rey de Israel! Que baje ahora de la cruz, y así creeremos en él.43 Él confía en Dios; pues que lo libre Dios ahora, si de veras lo quiere. ¿Acaso no dijo: “Yo soy el Hijo de Dios”?44 Así también lo insultaban los bandidos que estaban crucificados con él.45 Desde el mediodía y hasta la media tarde[5] toda la tierra quedó en oscuridad.46 Como a las tres de la tarde,[6] Jesús gritó con fuerza: —Elí, Elí, ¿lama sabactani? (que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”).47 Cuando lo oyeron, algunos de los que estaban allí dijeron: —Está llamando a Elías.48 Al instante uno de ellos corrió en busca de una esponja. La empapó en vinagre, la puso en una caña y se la ofreció a Jesús para que bebiera.49 Los demás decían: —Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.50 Entonces Jesús volvió a gritar con fuerza, y entregó su espíritu.51 En ese momento la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló y se partieron las rocas.52 Se abrieron los sepulcros, y muchos santos que habían muerto resucitaron.53 Salieron de los sepulcros y, después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos.54 Cuando el centurión y los que con él estaban custodiando a Jesús vieron el terremoto y todo lo que había sucedido, quedaron aterrados y exclamaron: —¡Verdaderamente éste era el Hijo[7] de Dios!55 Estaban allí, mirando de lejos, muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle.56 Entre ellas se encontraban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.57 Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había convertido en discípulo de Jesús.58 Se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús, y Pilato ordenó que se lo dieran.59 José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia60 y lo puso en un sepulcro nuevo de su propiedad que había cavado en la roca. Luego hizo rodar una piedra grande a la entrada del sepulcro, y se fue.61 Allí estaban, sentadas frente al sepulcro, María Magdalena y la otra María.62 Al día siguiente, después del día de la preparación, los jefes de los sacerdotes y los fariseos se presentaron ante Pilato.63 —Señor —le dijeron—, nosotros recordamos que mientras ese engañador aún vivía, dijo: “A los tres días resucitaré.”64 Por eso, ordene usted que se selle el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos, se roben el cuerpo y le digan al pueblo que ha resucitado. Ese último engaño sería peor que el primero.65 —Llévense una guardia de soldados —les ordenó Pilato—, y vayan a asegurar el sepulcro lo mejor que puedan.66 Así que ellos fueron, cerraron el sepulcro con una piedra, y lo sellaron; y dejaron puesta la guardia.

Mateo 27

Nueva Versión Internacional (Castellano)

de Biblica
1 Muy de mañana, todos los jefes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo tomaron la decisión de condenar a muerte a Jesús.2 Lo ataron, se lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.3 Cuando Judas, el que lo había traicionado, vio que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos.4 ―He pecado —les dijo— porque he entregado sangre inocente. ―¿Y eso a nosotros qué nos importa? —respondieron—. ¡Allá tú!5 Entonces Judas arrojó el dinero en el santuario y salió de allí. Luego fue y se ahorcó.6 Los jefes de los sacerdotes recogieron las monedas y dijeron: «La ley no permite echar esto al tesoro, porque es precio de sangre».7 Así que resolvieron comprar con ese dinero un terreno conocido como Campo del Alfarero, para sepultar allí a los extranjeros.8 Por eso se le ha llamado Campo de Sangre hasta el día de hoy.9 Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías: «Tomaron las treinta monedas de plata, el precio que el pueblo de Israel le había fijado,10 y con ellas compraron el campo del alfarero, como me ordenó el Señor».[1] (Jer 19:1; Jer 32:6; Zac 11:12; Zac 11:13)11 Mientras tanto, Jesús compareció ante el gobernador, y este le preguntó: ―¿Eres tú el rey de los judíos? ―Tú lo dices —respondió Jesús.12 Al ser acusado por los jefes de los sacerdotes y por los ancianos, Jesús no contestó nada.13 ―¿No oyes lo que declaran contra ti? —le dijo Pilato.14 Pero Jesús no respondió ni a una sola acusación, por lo que el gobernador se llenó de asombro.15 Ahora bien, durante la fiesta el gobernador acostumbraba soltar un preso que la gente escogiera.16 Tenían un preso famoso llamado Barrabás.17-18 Así que, cuando se reunió la multitud, Pilato, que sabía que le habían entregado a Jesús por envidia, les preguntó: ―¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás o a Jesús, al que llaman Cristo?19 Mientras Pilato estaba sentado en el tribunal, su esposa le envió el siguiente recado: «No te metas con ese justo, pues, por causa de él, hoy he sufrido mucho en un sueño».20 Pero los jefes de los sacerdotes y los ancianos persuadieron a la multitud a que le pidiera a Pilato soltar a Barrabás y ejecutar a Jesús.21 ―¿A cuál de los dos queréis que os suelte? —preguntó el gobernador. ―A Barrabás.22 ―¿Y qué voy a hacer con Jesús, al que llaman Cristo? ―¡Crucifícalo! —respondieron todos.23 ―¿Por qué? ¿Qué crimen ha cometido? Pero ellos gritaban aún más fuerte: ―¡Crucifícalo!24 Cuando Pilato vio que no conseguía nada, sino que más bien se estaba formando un tumulto, pidió agua y se lavó las manos delante de la gente. ―Soy inocente de la sangre de este hombre —dijo—. ¡Allá vosotros!25 ―¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos! —contestó todo el pueblo.26 Entonces les soltó a Barrabás; pero a Jesús lo mandó azotar, y lo entregó para que lo crucificaran.27 Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al palacio[2] y reunieron a toda la tropa alrededor de él.28 Le quitaron la ropa y le pusieron un manto de color escarlata.29 Luego trenzaron una corona de espinas y se la colocaron en la cabeza, y en la mano derecha le pusieron una caña. Arrodillándose delante de él, se burlaban diciendo: ―¡Salve, rey de los judíos!30 Y le escupían, y con la caña le golpeaban la cabeza.31 Después de burlarse de él, le quitaron el manto, le pusieron su propia ropa y se lo llevaron para crucificarlo.32 Al salir encontraron a un hombre de Cirene que se llamaba Simón, y lo obligaron a llevar la cruz.33 Llegaron a un lugar llamado Gólgota (que significa«Lugar de la Calavera»).34 Allí dieron a Jesús vino mezclado con hiel; pero, después de probarlo, se negó a beberlo.35 Lo crucificaron y repartieron su ropa echando suertes.[3] (Sal 22:18; Jn 19:24)36 Y se sentaron a vigilarlo.37 Encima de su cabeza pusieron por escrito la causa de su condena: «Este es Jesús, el Rey de los judíos».38 Con él crucificaron a dos bandidos,[4] uno a su derecha y otro a su izquierda.39 Los que pasaban meneaban la cabeza y blasfemaban contra él:40 ―Tú, que destruyes el templo y en tres días lo reconstruyes, ¡sálvate a ti mismo! ¡Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz!41 De la misma manera se burlaban de él los jefes de los sacerdotes, junto con los maestros de la ley y los ancianos.42 ―Salvó a otros —decían—, ¡pero no puede salvarse a sí mismo! ¡Y es el Rey de Israel! Que baje ahora de la cruz, y así creeremos en él.43 Él confía en Dios; pues que lo libre Dios ahora, si de veras lo quiere. ¿Acaso no dijo: “Yo soy el Hijo de Dios”?44 Así también lo insultaban los bandidos que estaban crucificados con él.45 Desde el mediodía y hasta la media tarde[5] toda la tierra quedó en oscuridad.46 Como a las tres de la tarde,[6] Jesús gritó con fuerza: ―Elí, Elí,[7] ¿lama sabactani? (que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”). (Sal 22:1)47 Cuando lo oyeron, algunos de los que estaban allí dijeron: ―Está llamando a Elías.48 Al instante, uno de ellos corrió en busca de una esponja. La empapó en vinagre, la puso en una caña y se la ofreció a Jesús para que bebiera.49 Los demás decían: ―Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo.50 Entonces Jesús volvió a gritar con fuerza, y entregó su espíritu.51 En ese momento, la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló y se partieron las rocas.52 Se abrieron los sepulcros, y muchos santos que habían muerto resucitaron.53 Salieron de los sepulcros y, después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos.54 Cuando el centurión y los que con él estaban custodiando a Jesús vieron el terremoto y todo lo que había sucedido, quedaron aterrados y exclamaron: ―¡Verdaderamente este era el Hijo[8] de Dios!55 Estaban allí, mirando de lejos, muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle.56 Entre ellas se encontraban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.57 Al atardecer, llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había convertido en discípulo de Jesús.58 Se presentó ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús, y Pilato ordenó que se lo dieran.59 José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia60 y lo puso en un sepulcro nuevo de su propiedad que había cavado en la roca. Luego hizo rodar una piedra grande a la entrada del sepulcro, y se fue.61 Allí estaban, sentadas frente al sepulcro, María Magdalena y la otra María.62 Al día siguiente, después del día de la preparación, los jefes de los sacerdotes y los fariseos se presentaron ante Pilato.63 ―Señor —dijeron—, nosotros recordamos que mientras ese engañador aún vivía dijo: “A los tres días resucitaré”.64 Por eso, ordena que se selle el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vengan sus discípulos, roben el cuerpo y digan al pueblo que ha resucitado. Ese último engaño sería peor que el primero.65 ―Llevaos una guardia de soldados —les ordenó Pilato—, e id a asegurar el sepulcro lo mejor que podáis.66 Así que ellos fueron, cerraron el sepulcro con una piedra y lo sellaron; y dejaron puesta la guardia.